Para los que aún no conocéis nuestro centro, os contamos que entre nuestro material de trabajo diario hay unos protagonistas muy especiales: los juguetes. Pero no juguetes para distraer, para callar, para que nos dejen hablar a los mayores, sino juguetes para que vuestros niños y niñas nos hablen y nos digan qué les pasa a través de ellos. En la consulta de psicología infantil son nuestra principal herramienta de trabajo.
Las niñas y niños que acuden al psicólogo muchas veces no son muy conscientes del motivo por el que son traidos aunque habitualmente si suelen saber algo de su sufrimiento o del sufrimiento de quienes les rodean, pero tienen serias dificultades para ponerlo en palabras y más para compartirlo con una persona desconocida. Es por ello que los profesionales usamos el juego como el principal medio de comunicación con el niño. El juego, y los padres bien lo sabéis, es por si mismo el principal elemento en el desarrollo y evolución desde bebe hasta púber. El juego también sirve como interlocutor entre la fantasía y la realidad y permite a través de algo externo como los personajes y la figuras, dibujos o construcciones ir proyectando el mundo interno, así como un entrenamiento para la vida real presente y futura.
El cómo el niño se enfrenta a la situación de juego, qué juguetes elige, cómo estructura el juego, qué ocurre durante el mismo, qué lugar ocupa el profesional en ese juego… nos da una idea del mundo psíquico interno del niño o niña al que de otra manera sería muy difícil acceder.
Escenas maravillosas con el juego nos ocurren todos los días pero hoy queremos compartir con vosotras este relato de una compañera psicóloga en el que describe con gran sutileza cómo un aparente juego sin sentido desvela uno de los elementos más importantes de la vida.
“Ayer en mi consulta un niño pequeño inventó un juego maravilloso. Encontró un dado entre los juguetes. Decidió que había que arrojarlo y de acuerdo al número que obteníamos nos desplazábamos por el espacio. El azar y el deseo de obtener determinado número nos indicaba la cantidad de pasos y hasta donde se podía llegar. En los márgenes de ese juego descubrimos juntos algunas cosas interesantes. Nuestro camino depende del azar y de nuestras elecciones. A veces uno puede desear mucho que salga un número pero no lograrlo. Y con lo que sale uno puede inventar diversas maneras de transitarlo. Pasos bailados, saltados, en dos pies, en uno, pasos cortos, gigantes… Descubrir que el otro, con su manera de hacerse presente, en el marco de un encuentro, nos afecta y modifica nuestro juego. Debajo nuestro no había ningún tablero ni recorrido prefijado. Podíamos elegirlo. Si aparecía una pared delante no podíamos avanzar, en cambio si era una puerta podíamos abrirla y continuar.
Llegó un momento en que dudé: ¿era el juego del dado o el de los deseos?”
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Saludos